El viento silba y hace que choque cada lámina de la persiana entre sí. Es zarandeada hacia delante y hacia atrás provocando pequeños golpes secos. Nada puede hacer, está a merced del furioso aire.
Los perros ladran asustados. Se comunican entre ellos avisándose del estruendo.
Los dueños de los perros les chistan sin conseguir que paren.
Un coche pasa por la calle con la música bastante alta. Apenas he podido escuchar una guitarra distorsionada por la velocidad del vehículo. He reconocido la canción y se me ha metido en la cabeza.
Mi dormitorio está pegando, pared con pared, cabecero con cabecero, con el del vecino y ronca como un bulldog francés de 1 m y 80 cm y 100 kg de peso. Gracias, pladur.
Me relajaría oír a los grillos, pero no viven cerca de este campo de asfalto. Ni me molesto en preguntar por las estrellas.
Estoy tumbado de lado y noto cómo me palpita cada músculo y me siento a disgusto. La novedad del cambio de lado, rápidamente se vuelve familiar, hasta acabar bocabajo, con mi perfil bueno apoyado en la almohada que ahora noto demasiado alta.
Cuando más o menos estoy acostumbrado a esta postura, noto mi corazón latiendo a doble bombo. No es que quiera que pare, lo que quiero es no estar pendiente de todos estos ruidos.
Comienzo a contar ovejas y no paran de balar. No atienden a razones, así que no les voy a pedir que salten vallas de una en una.
Una, dos, tres, cuatro... En efecto, no puedo dormir.
jueves, 26 de agosto de 2010
1274 ovejas balando en mi casa
miércoles, 25 de agosto de 2010
La nueva esclavitud
Es una mañana calurosa de agosto. Con 39º es difícil moverse, pensar o respirar sin que te caigan gotas de sudor. Sería un momento perfecto para estar durmiendo, pero por alguna extraña razón estoy en el descanso para almorzar en mi primer día de vuelta al trabajo. Descanso que siempre aprovechamos para ir al bar que hay pegado a la fábrica a tomar unas cervezas. Esta vez, de los de siempre, sólo estamos mi compañero Julian y yo.
Julian es una persona conformista. Lleva 20 años trabajando en esta fábrica de cajas de cartón y se siente afortunado de trabajar aquí. En cambio, yo llevo 3 años aquí, porque no puedo aspirar a otra cosa ahora mismo.
- ¿Qué tal las vacaciones? - me dice con cara sonriente, pero burlona.
A él le queda una semana para marcharse de vacaciones y en el mes de agosto hay menos trabajo, así que está bastante relajado y quiere picarme.
- Cortas - respondo como si fuera un gran jugador de poker, sin que se me noten las emociones.
- Pero ¿no has estado dos semanas de vacaciones?
- Y once meses trabajando. No es justo que un vago como yo tenga que escuchar todos los días al despertador. ¿Hay algún invento más cruel que una maquinita como esa?
Ya ha conseguido que me altere. No ha sido muy complicado el sacarme de mis casillas. Cada vez lo llevo peor. El cabrón de Julian sabe qué decir en cada momento para que salte, pero en el fondo sé que le encanta tener estas conversaciones conmigo. Soy justo lo contrario a lo que es él. Es un hombre de unos 55 años, bajito y delgado, calvo, pero parece más joven de lo que es, incluso más joven que yo. Siempre que habla, da muestras de optimismo con respecto a todo, con lo cual, siempre estamos discutiendo, él de manera pausada y yo soy más temperamental.
- Sí que habrá cosas peores... - me rebate.
- Es antinatural. Lo sano es dormir hasta que estés descansado.
- Tampoco es sano el tabaco y tú no paras de fumar.
- Porque estoy de los nervios. No puedo dormir. Cuando estoy atrapado por las sábanas y mi cuerpo se funde con el colchón, suena ese pitido infernal.
- Puedes probar a poner en el despertador alguna canción, así te levantarás más relajado.
Siempre tiene respuestas para todo. De verdad que se está divirtiendo... y yo también. Me encanta despotricar sobre todo, es una gran vía de escape.
- No me gusta la música. Antes sí, escuchaba música a todas horas. Ahora me gusta el silencio. Hay demasiado ruido en la ciudad.
- ¿Y qué has hecho en vacaciones? ¿te has ido a algún sitio tranquilo? - mientras juguetea con el vaso medio vacío, espera mi respuesta sonriente.
- Sí. Me he ido a la casa de la playa, pero ¿sabes? ahora toda esa zona se ha puesto de moda y estaba llena de cangrejos borrachos.
- ¿Cangrejos borrachos?
- Guiris. Llenaban todos los bares y se bebían toda mi cerveza. Todo lo que quería era ir del bar de siempre a la playa y lo han fastidiado todo.
- Y no has venido moreno.
- Al final, he tomado medidas drásticas.
- ¡Ah! ¿sí?
- El segundo día fui al supermercado y compré toda la cerveza que te puedes imaginar. Bolsas de patatas y comida rápida. Llevé la nevera y la televisión al cuarto de baño. Cuando se calentaba el agua, sacaba cubitos de hielo de la nevera y los echaba a la bañera. Cuando se me calentaba la boca, cogía un par de cervezas de la nevera. Y mientras tanto, veía películas en la tele, el resto es basura. Dicen que en verano no ponen nada interesante.
- Ni en el resto del año.
Por fin dice algo inteligente. Realmente lo parecía, pero no lo suficiente como para dejar de estar acomodado a su anodino día a día. A pesar de replicarme todo el rato, es una persona demasiado condescendiente con su mujer, los jefes y cualquier persona con la que no tenga la confianza que tiene con nosotros. Parece que en esos casos, no piensa por sí mismo y se deja llevar a esa vida de tranquilidad exterior e infelicidad interior.
- Pero bebiendo todo se ve desde un punto de vista diferente.
- Así que has estado borracho todas las vacaciones.
- Borracho y arrugado.
- Y ahora estarás de resaca.
- Y con depresión post-vacacional. ¡Qué mejor que un depresivo para superar el maldito trabajo! Brindemos por el alcohol, porque nos hace la vida más interesante.
Al ponerme de pie para brindar, acabo de levantar ligeramente la mesa con mi gran tripa y casi le tiro la cerveza a Julian. A veces pienso en coger una sierra y cortarme la barriga, otras veces pienso que no sería buena idea, pero estoy tranquilo, nunca actúo según pienso.
- ¿Y no has hecho nada más? ¿no has hablado con nadie?
- No sabes cómo ha cambiado todo de un año para otro. Parecía que estaba en el extranjero, nadie hablaba mi idioma. Es ridículo.
- Deberías vender la casa.
- Debería hacer muchas cosas y no las hago.
- En el fondo te gusta estar en un continuo estado depresivo para poder quejarte de todo.
- Y también me gusta rascarme los sobacos.
- ¿Qué tiene que ver?
- Todo. Cuando me quejo, sé que debería cambiar, pero me doy cuenta de que es demasiado tarde ya y me duele... y después de sacar toda es mierda, es cuando sé que mi vida apesta. Después de rascarme los sobacos, me duelen y mis dedos huelen fatal. Era una metáfora.
- Muy rebuscada. ¿Por qué siempre eres tan negativo? ¿qué es lo que te hace tan infeliz? - pregunta como si fuera un psicólogo o un camarero de bar.
- La sociedad, la gente, la televisión... te obligan a vivir de una manera y luego se llenan la boca con la palabra libertad.
- Explícate.
Puede que esté intrigado o preocupado por mi salud mental. De hecho, su expresión facial ha cambiado, pasando a estar más serio que antes. Sea lo que sea, me va a escuchar. Eso sí, después de darle un largo trago a mi vaso.
- La televisión, con toda su propaganda, está mandando mensajes continuamente diciendo que hay que ser productivo en esta sociedad y tienes que seguir unas pautas. Hay que ser bueno, estudiar, trabajar, casarte, consumir todo lo que te vendan y morirte. Todo sin rechistar, sin pensar por qué es todo así... y te diré por qué es así, porque hay unas cuantas personas con poder y forradas de dinero, de nuestro dinero, que se aprovechan de gente como nosotros. Somos carnaza. Si falta uno de nosotros, nos sustituirá otro. Somos pilas usadas. Cuando se gastan, las tiras a la basura y pones otras nuevas.
- Pero...
- Nos quieren hacer sentir como si no valiéramos nada y, en efecto, cada paso que nos inducen a seguir nos resta valor. Tú estás siguiendo todos esos pasos. Yo me niego. Por ejemplo, tengo 47 años y no estoy casado.
- Estás paranoico. ¿Qué tiene que ver todo eso con casarse?
- Pero ¿no te das cuenta? El mundo está hecho para las parejas. Si estás soltero te penalizan, todo te sale más caro, como irte de viaje. ¿Cuántas ofertas hay de 2 por 1? ¿has probado viajar solo?
- Eso lo hacen por estadística. Hay más gente que viaja en pareja que sola.
- No, no te centres en viajar. Todo lo hacen, porque las parejas suelen ser las que tienen hijos. Cuantos más hijos, más carnaza a la que esclavizar de por vida.
- ¿Esclavizar? - pregunta mientras cierra los puños y cruza los brazos.
- De verdad, no te das cuenta de nada. Es la nueva esclavitud. Te lo acabo de decir. Te obligan a tener una existencia llena de aparentes comodidades, pero, en realidad, esas comodidades son formas de atarte, una manera de tener dependencias hasta que te mueras. Toda la tecnología que te meten por los ojos. Te dicen que te van a hacer la vida más fácil, pero todo eso sirve para hacernos más inútiles, más ignorantes y dependientes de ellos. Así nos manejan a su antojo. Y luego están las hipotecas. Siempre hay algo que pagar: la casa, el coche, los viajes, caprichos. Así te mantienen obediente para no perder todas esas cosas.
- Ésa es tu visión negativa y pesimista de la sociedad.
- ¿Y qué ha hecho por mí la sociedad? Le he dado los mejores años de mi vida y no me ha devuelto nada. Me ha quitado la juventud.
- Te ha dado el tabaco que te estás fumando y la cerveza que te estás bebiendo.
- ¿Pero qué dices? ¿Es que somos mayas o egipcios? Mira, yo no estoy dispuesto a seguir más así.
Se escucha una bocina que indica que hay que volver a trabajar. Nos levantamos y voy a la barra.
- Yo invito - le digo a Julian.
- Gracias, pero vamos, rápido.
Después de pagar observo que me está esperando con cara de angustia, como si estuviera quebrantando alguna ley.
- Ya toca largarse - me comenta.
- Relájate.
- Pero nos pueden llamar la atención.
- Ni siquiera tienen lo que hay que tener para decirnos a la cara que se ha acabado el descanso. Utilizan una bocina para llamarnos. Silban y vamos corriendo hacia ellos como perros asustados.
Los zapatos pesan y avanzo lentamente. Siento los grilletes.
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