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Es el segundo domingo de otoño y el cielo está rebosante de nubes
oscuras que parecen estar aguantándose todo lo que pueden las ganas de
llover. Joel ha salido sin paraguas, con una chaqueta que no parece
acorde a la bajada de temperaturas que le comunicó su madre por teléfono
esta misma mañana. Por lo visto, el hombre del tiempo, esa figura
importantísima en toda cadena de televisión, anunció que se acabó la
tregua, las As grandes que aparecían en la pantalla han cambiado por Bs.
Esas borrascas vienen del mismo sitio del que regresa Joel.
- Ya estoy acostumbrado al frío, no te preocupes, madre. Luego voy a comer a vuestra casa. Tengo muchas ganas de tu paella - contestó Joel a su madre.
Apenas unos días antes volvió a pisar aquella ciudad que en la que había vivido su niñez, adolescencia y la universidad. A pesar de notar una lenta decadencia en cada visita que hacía, todavía tenía ese encanto especial que sólo notan los que han crecido en ese enjambre de viviendas con ladrillo naranja que parece anclado en el pasado. Ya habían pasado aproximadamente 8 años desde que se despidiera de sus padres. Al principio, cada vez que hacía una visita relámpago parecía que no había pasado el tiempo y lo sobrellevaba bastante bien, pero hace unos meses Joel decidió que no quería seguir fuera. Ya encontraría trabajo, simplemente quería volver a casa.
Mientras camina por las calles con el fin de simplemente pasear y recuperar sensaciones perdidas. Se para a observar lo que sucede en un parque donde solía pasar las tardes sentado en un banco hablando con sus amigos.
- ¿Eres un fantasma o eres real? - dice una voz femenina.
Joel, sobresaltado, da un respingo y se gira. Es María, su mejor amiga en la universidad. Se abrazan y rápidamente María se suelta.
- ¿Dónde has estado metido todo este tiempo? - inquiere María con cierto tono de reprobación.
- Ya sabes cuándo y a dónde me fui - contesta Joel algo contrariado.
- Lo sé, pero me dolió mucho cómo te fuiste. Pensaba que éramos amigos.
- Y espero que aunque haya pasado tanto tiempo, lo sigamos siendo. Realmente no tuve otra alternativa. Me surgió una oportunidad que no podía rechazar y me tuve que ir prácticamente de un día para otro.
- Dejemos este tema. Dime, ¿cómo te ha ido en estos años? - pregunta de manera más relajada.
- Bien, aunque ha sido duro. Nunca terminé de adaptarme y hasta que hace unos meses me dí cuenta de que lo que quería era volver.
- Y... ¿has vuelto solo? - pregunta esta vez con una sonrisa en sus labios.
- Sí - Joel se carcajea - ¡cómo eres! Y tú ya sabes cómo soy yo.
- Un cabroncete solitario - replica María.
- Exacto. Aunque...
- Dime - toma la iniciativa rápidamente María viendo que Joel ha parado de hablar.
- Me resulta difícil de decir.
- Ya sabes que puedes confiar en mí - responde en un tono más serio.
Joel se rasca la coronilla pensativo y balbucea, aunque parece que ya empieza a arrancar.
- ¿Sabes? Fuiste mi mejor amiga, pero al final por una razón o por otra...
Se hizo el silencio y esta vez se rascó la barbilla y empezó a tirar de los pelillos de su perilla.
- Estuve completamente colgado de ti. Tanto que decidí que lo mejor era alejarme - comenta con voz triste.
Otro silencio incómodo que se rompe al sonido de la bocina de un coche.
- Joel, me tengo que ir, ha venido mi marido a recogerme - dice María con los ojos encharcados -. Nos vemos otro día, ¿vale?
- ¡Vaya! ¡Estás casada! - comenta con un falso tono de alegría.
- Sí...
María se gira y grita "hijo, ven que nos vamos, ya ha llegado papá". La cara de Joel parece la de alguien que sufre de descomposición.
- Me alegro de que te vaya tan bien, María. Ya nos vemos.
Se dan dos besos y aparece el niño, hijo de María y del hombre del claxon. Joel se agacha y le da la mano.
- ¿Cuántos años tienes? - pregunta con voz de pito.
- ¡Casi cinco! - grita el chaval.
- ¡Qué mayor! ¿Y cómo te llamas?
María, con cara seria, tira de la mano de su hijo y empiezan andar cada vez más rápido, porque empieza a diluviar. El niño gira la cabeza.
- ¡Me llamo Joel! - grita mientras se aleja con su madre.
- Ya estoy acostumbrado al frío, no te preocupes, madre. Luego voy a comer a vuestra casa. Tengo muchas ganas de tu paella - contestó Joel a su madre.
Apenas unos días antes volvió a pisar aquella ciudad que en la que había vivido su niñez, adolescencia y la universidad. A pesar de notar una lenta decadencia en cada visita que hacía, todavía tenía ese encanto especial que sólo notan los que han crecido en ese enjambre de viviendas con ladrillo naranja que parece anclado en el pasado. Ya habían pasado aproximadamente 8 años desde que se despidiera de sus padres. Al principio, cada vez que hacía una visita relámpago parecía que no había pasado el tiempo y lo sobrellevaba bastante bien, pero hace unos meses Joel decidió que no quería seguir fuera. Ya encontraría trabajo, simplemente quería volver a casa.
Mientras camina por las calles con el fin de simplemente pasear y recuperar sensaciones perdidas. Se para a observar lo que sucede en un parque donde solía pasar las tardes sentado en un banco hablando con sus amigos.
- ¿Eres un fantasma o eres real? - dice una voz femenina.
Joel, sobresaltado, da un respingo y se gira. Es María, su mejor amiga en la universidad. Se abrazan y rápidamente María se suelta.
- ¿Dónde has estado metido todo este tiempo? - inquiere María con cierto tono de reprobación.
- Ya sabes cuándo y a dónde me fui - contesta Joel algo contrariado.
- Lo sé, pero me dolió mucho cómo te fuiste. Pensaba que éramos amigos.
- Y espero que aunque haya pasado tanto tiempo, lo sigamos siendo. Realmente no tuve otra alternativa. Me surgió una oportunidad que no podía rechazar y me tuve que ir prácticamente de un día para otro.
- Dejemos este tema. Dime, ¿cómo te ha ido en estos años? - pregunta de manera más relajada.
- Bien, aunque ha sido duro. Nunca terminé de adaptarme y hasta que hace unos meses me dí cuenta de que lo que quería era volver.
- Y... ¿has vuelto solo? - pregunta esta vez con una sonrisa en sus labios.
- Sí - Joel se carcajea - ¡cómo eres! Y tú ya sabes cómo soy yo.
- Un cabroncete solitario - replica María.
- Exacto. Aunque...
- Dime - toma la iniciativa rápidamente María viendo que Joel ha parado de hablar.
- Me resulta difícil de decir.
- Ya sabes que puedes confiar en mí - responde en un tono más serio.
Joel se rasca la coronilla pensativo y balbucea, aunque parece que ya empieza a arrancar.
- ¿Sabes? Fuiste mi mejor amiga, pero al final por una razón o por otra...
Se hizo el silencio y esta vez se rascó la barbilla y empezó a tirar de los pelillos de su perilla.
- Estuve completamente colgado de ti. Tanto que decidí que lo mejor era alejarme - comenta con voz triste.
Otro silencio incómodo que se rompe al sonido de la bocina de un coche.
- Joel, me tengo que ir, ha venido mi marido a recogerme - dice María con los ojos encharcados -. Nos vemos otro día, ¿vale?
- ¡Vaya! ¡Estás casada! - comenta con un falso tono de alegría.
- Sí...
María se gira y grita "hijo, ven que nos vamos, ya ha llegado papá". La cara de Joel parece la de alguien que sufre de descomposición.
- Me alegro de que te vaya tan bien, María. Ya nos vemos.
Se dan dos besos y aparece el niño, hijo de María y del hombre del claxon. Joel se agacha y le da la mano.
- ¿Cuántos años tienes? - pregunta con voz de pito.
- ¡Casi cinco! - grita el chaval.
- ¡Qué mayor! ¿Y cómo te llamas?
María, con cara seria, tira de la mano de su hijo y empiezan andar cada vez más rápido, porque empieza a diluviar. El niño gira la cabeza.
- ¡Me llamo Joel! - grita mientras se aleja con su madre.
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