lunes, 15 de febrero de 2010

Un pensamiento de furia

Ahora mismo soy el percusionista oficial de la oficina. No sé por qué tengo estos nervios que me incitan a hacer este ruido infernal. Yo lo llamo "Samba minimalista de un desesperado en la oficina". Por cada pisotón, golpeo cuatro veces la mesa con la yema de los dedos de la mano derecha. Sería algo como "dedos, dedos, dedos, dedos, pisotón..." y así sucesivamente hasta que algo o alguien me saque de mi ensimismamiento. Estoy concentrado en no perder el ritmo. En que cada golpeo sea en el momento adecuado.

- ¡Deja ya de hacer ruido! - escucho a alguien protestar.

Ha llegado el instante en el que me han sacado de mi mundo musical. No me saben apreciar en este sitio. Aquí hay de todo. Un amplio abanico de posibilidades y de gente despreciable. El que no tira de la cadena en el baño, la que chilla para que sepamos que tiene un cargo importante, la inútil que no da una, el que huele mal, el chistoso sin gracia, la pesada que quiere todo para ayer, la que sale a la calle a fumar cada media hora... y así podría seguir uno a uno. Todos tienen algo que me irrita y cada uno juega un papel en esta pequeña sociedad de 8 de la mañana a no se sabe qué hora de la tarde-noche.

Cuando entré como becario hace 11 años, todavía pensaba que el futuro era prometedor y que acabaría con un chalet adosado con piscina y dos coches para meter en el garaje, una esposa cuyo trabajo sería mantener su físico en el gimnasio y una amante en la otra punta de la ciudad. Era bastante ambicioso, pero todo esto era algo factible. Con mi preparación y mi trabajo adquiriendo todos los conocimientos que debía aprender era cuestión de que en unos 6 años tuviera un buen puesto y en 10 ser directivo, que son los que ganan dinero de verdad. De eso se trata, de ganar dinero y llegar a tener poder, de formar parte del grupo de los que se llevan la mayor parte del pastel, de ser la envidia de los demás, de tener un apartamento en Manhattan. Lo normal que se le puede exigir a una carrera con grandes expectativas.

Al principio, todo iba según lo previsto. Al año me hicieron fijo y estaban muy contentos con mi labor allí, puesto que no suelen contratar a los becarios. De inmediato empecé a producir más que ninguno en el grupo de trabajo formado por la escotes, recién operada de pecho y, claro, había que mostrar los resultados; el barbas o cómo tener siempre un trozo de comida en la cara; muerdealmohadas, siempre que coincides con él en los baños, mira de reojo cuando miccionas y pasa su lengua sobre el labio superior, como si estuviera saboreando lo que ve; la depresiva, mujer de mediana edad que suele acabar llorando cuando se ve desbordada por el trabajo, su entorno, la llamadas que recibe por teléfono... por todo, y el jefe, dientes verdes, los cuales, estoy seguro de que brillan en la oscuridad.

Todo iba sobre ruedas. Pronto me tuvieron en cuenta para tener personas a mi cargo, con lo que, el grupo en el que estaba, se dividió en dos. Yo me quedé con una parte y se incorporó un becario nuevo. Me quedé con la escotes, para alegrarme la vista, y el barbas, para entristecerme la vista y compensar la distracción que me suponían esos pechos operados. Era asombroso cómo mi carrera profesional iba saliendo según lo había previsto antes de entrar en esta empresa y era cuestión de tiempo que los demás objetivos comenzaran a cumplirse.

Lo malo es que no conté con el enchufismo y no tuve en cuenta los 10 mandamientos:

1. No es lo que se hace, sino lo que aparentas que haces.
2. Si cometes algún error, demuestra que ha sido un fallo de otra persona.
3. Nunca seas el primero en levantarte de tu puesto de trabajo, aunque ya haya finalizado tu jornada laboral. Está mal visto.
4. Haz lo que diga tu superior. No te pagan por pensar.
5. Si tu superior estaba equivocado, más te vale tener pruebas de su equivocación o las culpas recaerán sobre ti.
6. Aunque tengas las pruebas, te llevarás una bronca. Si tienes personas a tu cargo, debes echarles la culpa a ellos y que estos hagan lo mismo si son responsables de personas con menor rango. Así hasta que se llegue a la base de la pirámide.
7. Siempre hay factores externos que impiden cumplir los plazos de cumplimiento de un trabajo.
8. Si te piden un análisis de los plazos, di el doble de lo que piensas que tardarías, puesto que a ti te exigirán que lo termines en la mitad del tiempo estimado.
9. Hay que ser correcto y educado con las personas que sabes que pueden decidir tu carrera e inflexible con la gente intranscendente.
10. No matarás.

Mientras saboreo y mordisqueo la tapa del bolígrafo pienso en qué momento se empezó a torcer mi carrera. Las personas, aparentemente, más inofensivas son las que más daño te pueden hacer. No esperas que te puedan llegar a perjudicar. Y, en mi caso, fue el becario. ¿Cómo me iba a imaginar que entró por enchufe y que se esperaba un ascenso meteórico por su parte? El puto sobrino del director general de la sede en España. El hijo más tonto de la hermana de su mujer. El mocoso más inútil y torpe que me haya podido encontrar. Cuando hice el informe en el comuniqué que no quería que le renovaran (por decirlo de manera suave), fue el día en el que me marcaron como hacían los nazis con los judíos. Por supuesto, al término de su periodo de becario, el niñato enchufado accedió a un puesto al que optaba yo. Con lo cual, me hizo la vida imposible. Años de menosprecio, de hacerme sentir cada vez más prescindible, de mandar informes a otras empresas del sector para que no me contrataran y tenerme aquí haciendo el trabajo sin motivación, con un sueldo no acorde a mis perspectivas y cualidades me han convertido en un ser indefenso. Pensando en mis numerosos gastos, no me ha quedado otra opción que aguantar esta situación. Estancado es la expresión adecuada, aunque resulta más preciso hablar de estar atrapado.
De ser alguien bastante respetado al principio, tuve que pasar a relacionarme con esta gentucilla que serían mis compañeros. La evolución ha ido a peor. De bajar con ellos a tomar el café y aguantar sus estúpidas bromas, pasé a poner excusas para no ir, terminando en una situación inaguantable de tonterías por su parte que cada vez me ponen más agresivo. He tenido en los últimos meses dos faltas leves por agresión verbal y, a la tercera, se convertirá en una falta grave, con sanción económica de por medio.

Tengo la vista cansada y me tapo los ojos con las manos y, al relajarme, mis pensamientos más profundos y agresivos empiezan a salir a flote. ¿Qué pasaría si mandara todo a la mierda? ¿Si diera rienda suelta a mis sentimientos y le diera a cada uno su merecido? Me pongo de pie, subo a la mesa y cojo los ordenadores y los lanzo contra la pared y otros los tiro por la ventana. Mientras salto de mesa en mesa, pateo alguna que otra cabeza, sobre todo, si me encuentro la del chistoso sin gracia en el camino. Le sobo las tetas a la escotes, porque aunque haya engordado en todo este tiempo, siempre tuve ganas de estrujárselas, ya que siempre estaban a la vista, incitando a que lo hiciera. Alguien trata de reducirme por la espalda, eso es de cobardes, y le hago una llave, agachándome, en la que utilizo toda su fuerza para darle la vuelta y que se caiga de espaldas. Ya en el suelo, le doy unos cuantos puñetazos, para que vean todos qué es lo que les espera si osan a actuar como él. Ahora mismo ni le reconozco la cara. Ante tal desconcierto, por parte de estos insignificantes personajes, voy dirección al despacho de mi principal enemigo. Llego a la puerta y está cerrada, al parecer está reunido. La abro de una patada.
- ¡Tú, fuera de aquí! - señalando a la persona con la que el enchufado estaba reunido - Esto es entre él y yo.
En ese momento sale del despacho asustado, y corriendo como puede, un hombrecillo en edad de jubilación. Observo que se ha agolpado toda la oficina en la puerta y ventanas que dan al interior del despacho, pero no se atreven a entrar a apaciguar mi ira. Seguramente han llamado a la policía, pero el mal está hecho y no voy a dar marcha atrás. Voy a morir matando. Empiezo a golpear a mi némesis hasta la extenuación y cuanta más sangre brota de su cara de porcelana pija que acabo de romper, más liberado me siento. ¡Qué sensación más hermosa!

Me quito las manos de los ojos y ya estoy más relajado y, a la vez, más preocupado. Me he dado cuenta de que mis objetivos se reducen a sentir esa liberación con la que he fantaseado y vengarme de la persona que me ha provocado este mal en todo este tiempo. Ya no me importan los sueños que tenía antes, estoy cansado de todo. Me dispongo a ponerme de pie y subirme a la mesa. Cuando tengo un pie apoyado en la mesa para impulsarme...

- ¿Qué cojones haces? - dice el chistoso sin gracia.
- ¡Eh! nada, me voy a atar los cordones del zapato - respondo, mientras me doy cuenta de que no me atrevo a dar el gran paso.
- Pero si los llevas atados - observa -. Siempre has sido un tío raro.

Mientras escucho las carcajadas de todos a mi alrededor, le miro con cara de odio y pienso:

- Algún día tendréis vuestro merecido.