sábado, 26 de diciembre de 2009

La adustez de Rensi Jackson‏

Acabo de amanecer tirado en el sofá, con la triste compañía de una botella de Jack Daniel's y el montón de basura que creé anoche. El dolor de cabeza, mezcla de alcohol y de no parar de dar vueltas a mi estancamiento, lo alivio colocando mis gélidas manos en la frente, sobre el ojo izquierdo. De fondo suena el teléfono, el causante de que esté despierto. No me gusta hablar por teléfono, es algo que odio y, sin embargo, la mayor parte del dinero que gano es por recibir llamadas.

Mi trabajo de subsistencia es el de teleoperador. Me gusta tener un trabajo sin responsabilidad en el que pueda tensar la cuerda hasta llegar al límite. Requiere de tiempo de adaptación: Primero mis superiores, los coordinadores, piensan que soy una persona competente y que me importa hacerlo bien; hasta ir pasando al estado de máxima incompetencia para demostrar lo gilipollas que es la gente. Sobre todo, ante situaciones que no son las esperadas. Así, después de un mes trabajando con normalidad, aguantando gritos por teléfono; siendo un psicólogo para los clientes que me cuentan los problemas que causan las incidencias en las líneas de teléfono, mientras hago que me intereso por ellos y les digo que su llamada es muy útil; los descansos de cinco minutos puntuales por hora trabajada y los informes detallados de cada llamada... pasaron a un correcto aprovechamiento de las seis horas de trabajo durante cinco días a la semana ocupándolas en lo único que valgo hasta ahora, escribir. No me llevo bien con la gente de allí, tampoco mal. Hablo poco con los compañeros, ya que no me interesan sus vidas, ni me aportan algo más allá que indiferencia. En este trabajo de mierda, he conseguido que me den varios toques de atención en los últimos meses sin trágico resultado, ya que les manipulo o pongo varias excusas hasta que razonan, equivocadamente, que sería un error despedirme. La mayoría de las veces ni siquiera se dan cuenta de lo que hago, es normal que no estén cualificados para verlo ganando el salario mínimo. He cantado por teléfono, me he hecho pasar por un contestador automático, por teleoperadora de línea caliente, he hecho que los clientes hablaran solos, he repetido lo que decían... y todo para mi satisfacción personal. Nunca el saludo de rigor - "Buenos días, le atiende Rensi Jackson, ¿en qué puedo ayudarle?" - fue tan inexacto.

Mientras el teléfono sigue sonando, abandono el salón, cierro la puerta y camino apoyándome en la pared del pasillo que me lleva al lugar que tuve que ocupar anoche. La oscuridad del dormitorio ayuda a que pase de un estado de alelamiento a que todo se mueva mientras permanezco inmóvil. Me tumbo en la cama, el mejor momento del día, pero no en este día.

Ahora, ya más relajado y entrando en calor, me pregunto qué es lo que me ha pasado. He alimentado tanto a mi personaje que sólo queda la esencia de lo que alguna vez fui. Dentro de todas esas capas áridas, sarcásticas, de las quejas y de la especie de mueca que realizo cuando intento sonreír, y que parece más bien un gesto de desprecio, hay vida. Debe haberla. Soy una especie de asteroide orbitando alrededor de un agujero negro, mientras todo danza en círculos al son de su siniestra música, toda la luz y el propio asteroide desaparecerán como el agua en el sumidero. Ya no quedará nada, ya me importará nada.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

La frustración de Rensi Jackson

Hace ya horas que el sol se puso. La única luz es la de un flexo antiguo que utilizaba para estudiar los exámenes. Seguía la misma ceremonia de ventanas cerradas, persianas bajadas y silencio absoluto. Sólo se escuchaba mi respiración, mientras mi mente me distraía del trabajo que tenía que llevar a cabo. Para hacerme callar me ponía el recopilatorio rojo de The Beatles y acababa con el azul.

No sé la hora exacta, no quiero mirar el reloj. El concepto de que, en este instante, mi vida esté controlada por el tiempo me produce malestar, una presión que debo soportar y que está acabando con todas mis ideas. Cada hoja que mancillo con mi letra, acaba convertida en una bola con pedacitos del poco ingenio que me queda. Desesperación. Cuando crees que has dado todo y sabes que no es suficiente, ahí me encuentro yo. Sin saber si seguir o parar. El "ya me pondré mañana" dejó de ser una buena estrategia, no tengo ninguna esperanza en el mañana, esta situación persiste desde hace bastante tiempo... maldito tiempo. Tic tac, tic tac. Ya se pasó el ser una joven promesa, ahora exigen resultados. ¿Quién exige? Todos exigen.

- Me encantó lo último que escribiste.
- Gracias.
- ¿Con qué estás ahora?
- Con mi vida.
- ¿Y por qué no has vuelto a escribir algo nuevo?
- Ya sabes, he estado ocupado. En fin, la vida.
Y lo único que se me ocurre es echarle todas las culpas a la vida cuando realmente pienso que ella no me dirige a mí, debería ser yo el que marcara las pautas. Te acomodas, la rutina, la misma gente, la misma ciudad, nada nuevo... ¿y por qué cambiar? Puede que por ambición. También, porque estoy bloqueado aquí y me da un miedo terrible saber si en otro sitio lo voy a estar o no, de la misma manera que la incertidumbre. Me desgasta por fuera y por dentro.

Me levanto y aparco mis reflexiones en este punto. Voy a por un vaso de agua y a comer algo. Libertad caduca hasta volver a enfrentarme al bolígrafo y el papel. Mis pensamientos me persiguen, llegan a la cocina y se introducen de nuevo en el cerebro. Dudas, pánico, melancolía, intranquilidad... El cronómetro está en marcha y lo único que tengo son mis preocupaciones y papeles inservibles, víctimas de mi ira, yaciendo sobre el parquet.

Era imposible negarle algo

Acercando sus delicados dedos a su diminuta oreja izquierda, se echó el flequillo para atrás. Su pelo ondulado, de color castaño, caía hasta que mi vista se encontró con un trasero trabajado a base de años danzando. Una dulce vocecilla me despertó del sueño de llegar a poseer esas nalgas con las manos mientras le besaba en el cuello y me enredaba en su cabello.

- ¡Espera! ¡No te vayas! - fue lo que me dijo.

Naturalmente, esperé. Si ella quisiera, haría todo lo que me dijera. Era imposible negarle algo. Se paró delante de mí y me miró con esos ojos de verde jade que te derriten y te hacen perder el control. ¡Era imposible negarle algo!

- ¿Qué tal, Carlos? ¡Qué bien te ha sentado la Semana Santa!

"¡Mierda! Ya empienza a regalarme piropos. Es extraño, seguro que quiere algo... y lo va a conseguir" - pensé al instante.

- Bien, bastante descansado. Gracias por decir que me han sentado bien las vac... - no me dio tiempo a terminar la frase y ya me cortó.
- ¿Quieres venir a tomar algo conmigo? Mi cara tuvo que ser muy graciosa, porque le salió de repente una risita pícara.
- Claro. ¿Cuándo vamos?
- Ahora, tonto - contestó con la certeza de que haría lo que ella dijera. ¡Era imposible negarle algo!

Fuimos a por unos helados y mientras caminábamos ella no paraba de hablar de sus cosas. Yo no la escuchaba, estaba drogado por su perfume, no sé cuál sería, pero así tenía que oler siempre una mujer. Sólo me imaginaba sus pechos y ese aroma maravilloso saliendo de cada poro de su piel.

Nos sentamos en un parque. No había nadie alrededor y yo pensaba que iba a ocurrir lo que nunca me imaginaría que fuera a suceder. Mi sueño, después de 5 años hecho realidad. Estaba cerca el momento de besarla, de fundir mi cuerpo con el suyo, mientras le acariciaría su sexo hasta que la escuchara gemir en mi oído.

Apoyó su hombro con mi hombro y sonrió. Sus labios brillaban y yo me sentía como una polilla atraída por la luz, pero todavía no era el momento de dar el paso, debía acercarse más para estar seguro. No quería echarlo a perder, ya que era alguien tan especial que suponía una situación única e irrepetible. Había que pensar bien cada movimiento y mantener la cabeza fría mientras el resto del cuerpo permanecía caliente.

Con la intención de colocar mi miembro, me metí la mano en el bolsillo para que no se escapara, pero era complicado disimular. Era algo inevitable y ella me estaba buscando las cosquillas. Sabía que me estaba haciendo sufrir y le gustaba. Se puso más melosa que nunca, me enseñaba el tanga cada vez que se movía para corregir su postura al estar sentada en la hierba, me ponía morritos, no paraba de tocarse el pelo y su voz de niña cada vez era más sexy. Seguramente también tenía las pupilas dilatadas, con lo que eso significa. Llegó el momento de lanzarme, pero me volvió a interrumpir.

- Carlos, te tengo que preguntar una cosa - a la vez que pronunciaba estas palabras se acercó hasta susurrarme al oído y acarició mi brazo al mismo tiempo que restregaba sus pechos contra la mano que quedaba libre - ¿me dejas los apuntes de matemáticas, física y biología?
- ¡Ohhhhhh! ¡ohhhhhh! ¡ohhhhhh! ¡sííííííííííí! - jadeé.

martes, 15 de diciembre de 2009

Llegó mi hora y miré a la muerte a los ojos. La muerte, extrañada, se quedó inmóvil delante de mí. Tiró la guadaña al suelo y se dio la vuelta para que no le viera llorar sus lágrimas de arena. Yo traté de huir, pero no podía, estaba atrapado en un amasijo de hierros con una pierna rota y la cara ensangrentada. Así que opté por no hacer ruido y, quizá, así se olvidaría de mí.

Se agachó a coger su herramienta de trabajo y se acercó a mí visiblemente alterado. Su respiración era como la de un elefante con enfisema pulmonar y tenía el andar torpe de un John Wayne recién levantado y con resaca. Cada vez que abria la boca se me saltaban las lágrimas. No era por el miedo, su aliento me hería. Aun así, pensé que eso sería mejor que estar muerto. Era difícil sentir empatía por algo tan desagradable para todos los sentidos, pero de alguna manera desprendía humanidad.

En un momento de locura, por desesperación y porque se me había olvidado que debía pasar desapercibido, pregunté:

- ¿Qué quieres de mí?

Su vista se apoderó de la mía y eso me obligó a desviar los ojos, haciéndome perder el duelo de miradas. Un gruñido fue su respuesta y la mía fue comenzar a temblar. Si pudiera hacer una lista de mis peores días, éste formaría parte de los cinco peores. ¿Por qué no estaría en el primer puesto? Porque conocer a la muerte fue más agradable que conocer a mi suegra.

Tras esa apariencia monstruosa con su capa negra grisácea se escondía un ser atormentado. El caso es que algo cambió en él al acercarse a mí. Me ayudó, sin tocarme, a salir de la carrocería de mi coche, que me abrazaba como una novia despidiéndose de su amado que marcha a la guerra. Lo único que pude hacer fue arrastrarme por el suelo hasta quedarme en posición fetal.

- Mírame, sé quién eres - me habló la muerte, ¡a mí! Si pudiera describir su voz, la definiría como una mezcla de Joaquín Sabina y Luciano Pavarotti.

- ¿Cómo sabes quién soy? - no sabía si debía abrir la boca, pero lo hice.

Volvió a gruñir. Esta vez con más fuerza. Parecía que no le gustaba que le hablara.

- Sé quien eres, porque soy la muerte y he venido a por ti. Tú eres el siguiente - la última frase retumbó en mis oidos.

No pude decir nada. Sólo quería hacerme cada vez más pequeño hasta desaparecer de su vista.

- En otras circunstancias ya estarías completamente muerto.

- ¿Ahora no lo estoy? - pregunté, sorprendido de que la muerte quisiera indultarme.

- No.

Después de un minuto de silencio, volvió a dirigirse hacia mí.

- Necesito contarte algo.

- Adelante. Eres el dueño de mi tiempo.

¿Estaría preparado para conocer el sentido de la vida? No lo estaba, pero la muerte no tenía en cuenta mis sentimientos.

- Yo soy la muerte. Soy un enviado de los seres supremos. Me encargo de recoger todos los cuerpos de los infraseres que habitáis en el universo. Cuando venís a mi dimensión os corto en pedazos con mi guadaña y realizo una ofrenda con vuestros restos. Una vez se ha realizado la ofrenda, el alma sale del cuerpo hacia su nueva dimensión - hizo una larga pausa.

- ¿Puedo preguntarte algo? - aproveché la pausa para aclarar mis primeras dudas.

- ¡No me interrumpas! - gritó de tal manera que me peinó el pelo hacia atrás.

- Por favor, sigue.

- En la nueva dimensión se decide el destino de las almas. El destino va marcado en el interior de cada alma y se concreta con las pruebas que los seres supremos ponen a los infraseres. El tipo de pruebas depende del tipo de infraser que seas. Tú, y los que son como tú, tenéis nivel medio. Puedes preguntar.

- ¿Seres supremos?

- Sí. El Supremo Hacedor y el Supremo Deshacedor.

- ¿Cómo es la nueva dimensión?

- Yo nunca he estado allí, cuando termine mi misión podré ir - en este momento pensé que la muerte era una gran pringada.

- ¿Y cuánto va a durar tu misión?

- Los seres supremos hicieron de la nada el universo con el fin de demostrar quién tiene más poder. Así, crearon lo que vosotros llamáis vida y los primeros infraseres comenzaron a habitar el universo, colonizarlo y evolucionar dentro de él sin que los seres supremos interactuen con los infraseres. También me crearon a mí, para cumplir mi misión. La duración de la misión será hasta que termine el flujo de lo que llamáis vida.

- ¿Cuánto tiempo es eso?

- Cien mil millones de años.

- ¿Cuántos llevamos?

- Catorce mil millones de años - el cuerpo de la muerte se mostró más débil al saber que sólo había realizado poco más del 10% de su misión.

- ¿Entonces toda la vida ha surgido por una apuesta entre Dios y el diablo? - ¡a ver quién la tiene más grande!

- ¿Dios y el diablo? ¿así los llamáis? ¡idiotas! - se puso hecho una furia.

- Sí, bueno. En otros sitios tienen otros nombres. Incluso tienen diferentes formas y escupen fuego, pero Dios es el bueno y el diablo es el malo.

- ¿Qué significa bueno y malo? - la muerte no entendía nada. Yo menos.

Después de pensarlo, no supe dar a una respuesta.

- ¿Por qué me cuentas esto? - cambié de tema.

- Después de tanto tiempo, tenía que hablar con el infraser adecuado y tú osaste a mirarme - definitivamente, la muerte era la gran pringada. Sentí pena por ella, la gran perdedora y siempre odiada muerte.

- Así que te elegí para que fueras el infraser que me escuchara y me ayudara.

- ¿Cómo quieres que te ayude?

- Acompáñame.

Me agarré de su esquelética mano para conseguir levantarme y, de repente, mi cuerpo se resquebrajó hasta rompense y mi alma comenzó a atravesar un tunel dimensional, que acababa en la más intensa luz.

Durante el camino escuché a la muerte gritar lo siguiente:

- ¡No! ¡Estúpido! Si me tocas mueres. ¿Ahora quién me va a ayudar?

La muerte subestimó mi torpeza y la capacidad de deshacer todo lo que alguien intenta construir.

Frágil

Como una hoja de papel sumergida en el agua.
La cadera de un anciano al caerse.
El cristal de Bohemia.
Un niño que pierde su inocencia.
Una relación a punto de acabarse.
Un yonki peregrinando al poblado.Un árbol recién talado.
Un cochinillo en el día de matanza.
Un trabajador en el paro.
El uno sin el cero.
Una rama seca.
El pelo que le queda a un calvo.
Una anoréxica enfrentándose a la comida.
Una viuda rememorando el pasado.
Un preso pensando en el futuro.
Un coche en el desguace.
Los patos en un coto de caza.
Un payaso con depresión.
Un antílope rodeado por leonas.
Un tigre sin dientes.
Un soldado en la guerra.
Goliath contra David.
El último aliento.
Una burbuja a punto de explotar.
Una persona sin intimidad.
Una mosca dentro de un vaso.
Un recuerdo lejano.
Una especie en extinción.
La piel atravesada por una aguja.
Una hormiga debajo de una chancla.
Un sueño de cualquier noche.
Todo lo que toca el dinero.
Una patera en medio del océano.
El que vive con soledad.
La felicidad.
Una manzana recién cortada se oxida... la vida.


Nadie ha pasado sin tropezar.

El niño que quería ser el centro de atención

Como la mayoría de niños cuyos padres trabajan demasiado, el niño que quería ser el centro de atención no se sentía lo suficientemente mimado. Y es que pasaba desapercibido en todos los sitios... y todos los sitios para este niño eran su casa y el colegio. En su casa, casi siempre estaba solo. Una vez estaban sus padres, se veía como un fantasma. En pocos momentos le hablaban y la mayoría de las veces era para decirle que estaban demasiado cansados como para hacerle caso. En el colegio la situación no era mejor. No tenía amigos, ni siquiera hablaba con sus compañeros. La verdad es que el niño que quería ser el centro de atención no tenía grandes dotes de comunicación, ni destacaba dentro ni fuera de clase. No era el más alto ni el más bajo, ni el más delgado ni el más gordo, ni siquiera era feo, ni tenía bigotillo, ni gafas. Pelo castaño común, ojos marrones comunes, altura normal, complexión normal.

Soñaba con ser el centro de atención, aunque fuera un sólo día, pero no era bueno en nada, era normal en todo. Siempre estaba en la mitad de clase en cuanto a rendimiento escolar. Ni era un empollón ni una lacra para su compañeros. Simplemente estaba. Los profesores no se daban cuenta de si había faltado una semana por gripe o gastroenteritis. Cuando volvía a clase no le pedían los deberes atrasados. Era una incógnita. La típica persona que años después ves, te saluda y te dice que ha ido durante 5 años a clase contigo y tú no te acuerdas. Bien, este niño soñaba con que un día sus padres le hicieran caso y sus compañeros le visitaran desinteresadamente. Soñó con partirse una rodilla o un tobillo montando en bicicleta para que todos fueran a verle al hospital y pasaran un rato con él, pero al contrario de lo que son los niños en general, no era un inconsciente. Tenía conciencia de que el dolor de un hueso partido no le iba a gustar. Aun así lo intentó, con tan mala suerte de caerse y hacerse un simple esguince. Con un esguince común no se deja de ser común.

El último cumpleaños que pensó en celebrar, dejó las invitaciones en un armario de clase. Sus compañeros le vieron dejar un taco de hojas ahí. El niño que quería ser el centro de atención se sentía tan inseguro que tenía miedo de dar las invitaciones uno a uno. Los pocos compañeros que cogieron las invitaciones ni siquiera las leyeron, cogieron el papel para hacer aviones. El niño que quería ser el centro de atención se sintió comunmente decepcionado. La decepción era un sentimiento tan conocido, que dejó de sentirla, pasó a apatía.

El niño que quería ser el centro de atención, no tenía amigos. Una vez quiso tener amigos imaginarios, pero le daban de lado. No querían jugar con él. La única vez que se dirigían a él era para decirle que dejara de imaginarles, que ya estaban cansados de ser imaginados.

Tras mucho tiempo pensando qué podía hacer para llamar la atención, creyó que si desarrollara algún talento, podría llegar a ser alguien. El niño que quería ser el centro de atención se dio cuenta de que nada se le daba bien, pero lo que más le gustaba era la magia. Se compró un libro de magia, tras robarle a su madre dinero del monedero. Aprovechó una de las pocas veces que su madre estaba en casa y una de las muchas veces que su madre se encerraba en el salón para olvidarse de su hijo... eso creía el pequeño. El libro de magia no tenía trucos lo suficientemente espectaculares como para ser el centro de atención. Así que esperó a un golpe de suerte.

Un día apareció ese golpe de suerte. Vio un truco en la televisión que podía reproducir y era tan espectacular, que el público no paró de aplaudir al mago. Así, al día siguiente, fue a clase con un caminar alegre y sacó fuerzas para avisar a sus compañeros de que tenían que ir el sábado siguiente a su casa. Después de convencerles contando que iban a ver el mejor truco de magia de la historia, les contó a todos dónde vivía, ya que nadie lo sabía. Ningún compañero estaba convencido de ir, por lo que les sobornó diciendo que habría todo tipo de comida para merendar, que fueran directamente al garaje, que ya estaría todo montado. Así fue como el niño que quería ser el centro de atención preparó el mayor espectáculo que sus compañeros verían durante toda su vida.

Llegó el día en el que el niño que quería ser el centro de atención fue el centro de atención. Cuando entraron todos al garaje vieron que no había merienda, pero nuestro protagonista les prometió que al final del truco de magia podrían comer todo lo que quisieran. Les explicó que él se iba a tumbar sobre una mesa y necesitaría un voluntario para que hiciera de ayudante. Ninguno quiso ser ayudante, no era un público entusiasta ni participativo. Tuvo que prometer al ayudante que le daría un billete de 10 €. Los 10 € más fáciles de conseguir en su corta vida. Logró un ayudante y le apartó a una esquina, explicándole qué tenía que hacer, comentándole que estaba todo trucado y que todos se quedarían impresionados. El ayudante cogió la herramienta con la que haría el truco. La herramienta era una sierra mecánica previamente trucada por el mago para el típico truco de partirle por la mitad. Una vez encendida la sierra se dispuso a cortar. El niño que esta vez era el centro de atención sonrió y dijo "esto va a ser lo nunca visto. No lo olvidaréis".

El niño que quería ser el centro de atención, fue el centro de atención y todo su fiel público corrió traumatizado, cada uno a su casa, y se llevó un pedacito de su desconocido compañero para siempre, el niño que nunca jamás pudieron olvidar.