martes, 15 de diciembre de 2009

El niño que quería ser el centro de atención

Como la mayoría de niños cuyos padres trabajan demasiado, el niño que quería ser el centro de atención no se sentía lo suficientemente mimado. Y es que pasaba desapercibido en todos los sitios... y todos los sitios para este niño eran su casa y el colegio. En su casa, casi siempre estaba solo. Una vez estaban sus padres, se veía como un fantasma. En pocos momentos le hablaban y la mayoría de las veces era para decirle que estaban demasiado cansados como para hacerle caso. En el colegio la situación no era mejor. No tenía amigos, ni siquiera hablaba con sus compañeros. La verdad es que el niño que quería ser el centro de atención no tenía grandes dotes de comunicación, ni destacaba dentro ni fuera de clase. No era el más alto ni el más bajo, ni el más delgado ni el más gordo, ni siquiera era feo, ni tenía bigotillo, ni gafas. Pelo castaño común, ojos marrones comunes, altura normal, complexión normal.

Soñaba con ser el centro de atención, aunque fuera un sólo día, pero no era bueno en nada, era normal en todo. Siempre estaba en la mitad de clase en cuanto a rendimiento escolar. Ni era un empollón ni una lacra para su compañeros. Simplemente estaba. Los profesores no se daban cuenta de si había faltado una semana por gripe o gastroenteritis. Cuando volvía a clase no le pedían los deberes atrasados. Era una incógnita. La típica persona que años después ves, te saluda y te dice que ha ido durante 5 años a clase contigo y tú no te acuerdas. Bien, este niño soñaba con que un día sus padres le hicieran caso y sus compañeros le visitaran desinteresadamente. Soñó con partirse una rodilla o un tobillo montando en bicicleta para que todos fueran a verle al hospital y pasaran un rato con él, pero al contrario de lo que son los niños en general, no era un inconsciente. Tenía conciencia de que el dolor de un hueso partido no le iba a gustar. Aun así lo intentó, con tan mala suerte de caerse y hacerse un simple esguince. Con un esguince común no se deja de ser común.

El último cumpleaños que pensó en celebrar, dejó las invitaciones en un armario de clase. Sus compañeros le vieron dejar un taco de hojas ahí. El niño que quería ser el centro de atención se sentía tan inseguro que tenía miedo de dar las invitaciones uno a uno. Los pocos compañeros que cogieron las invitaciones ni siquiera las leyeron, cogieron el papel para hacer aviones. El niño que quería ser el centro de atención se sintió comunmente decepcionado. La decepción era un sentimiento tan conocido, que dejó de sentirla, pasó a apatía.

El niño que quería ser el centro de atención, no tenía amigos. Una vez quiso tener amigos imaginarios, pero le daban de lado. No querían jugar con él. La única vez que se dirigían a él era para decirle que dejara de imaginarles, que ya estaban cansados de ser imaginados.

Tras mucho tiempo pensando qué podía hacer para llamar la atención, creyó que si desarrollara algún talento, podría llegar a ser alguien. El niño que quería ser el centro de atención se dio cuenta de que nada se le daba bien, pero lo que más le gustaba era la magia. Se compró un libro de magia, tras robarle a su madre dinero del monedero. Aprovechó una de las pocas veces que su madre estaba en casa y una de las muchas veces que su madre se encerraba en el salón para olvidarse de su hijo... eso creía el pequeño. El libro de magia no tenía trucos lo suficientemente espectaculares como para ser el centro de atención. Así que esperó a un golpe de suerte.

Un día apareció ese golpe de suerte. Vio un truco en la televisión que podía reproducir y era tan espectacular, que el público no paró de aplaudir al mago. Así, al día siguiente, fue a clase con un caminar alegre y sacó fuerzas para avisar a sus compañeros de que tenían que ir el sábado siguiente a su casa. Después de convencerles contando que iban a ver el mejor truco de magia de la historia, les contó a todos dónde vivía, ya que nadie lo sabía. Ningún compañero estaba convencido de ir, por lo que les sobornó diciendo que habría todo tipo de comida para merendar, que fueran directamente al garaje, que ya estaría todo montado. Así fue como el niño que quería ser el centro de atención preparó el mayor espectáculo que sus compañeros verían durante toda su vida.

Llegó el día en el que el niño que quería ser el centro de atención fue el centro de atención. Cuando entraron todos al garaje vieron que no había merienda, pero nuestro protagonista les prometió que al final del truco de magia podrían comer todo lo que quisieran. Les explicó que él se iba a tumbar sobre una mesa y necesitaría un voluntario para que hiciera de ayudante. Ninguno quiso ser ayudante, no era un público entusiasta ni participativo. Tuvo que prometer al ayudante que le daría un billete de 10 €. Los 10 € más fáciles de conseguir en su corta vida. Logró un ayudante y le apartó a una esquina, explicándole qué tenía que hacer, comentándole que estaba todo trucado y que todos se quedarían impresionados. El ayudante cogió la herramienta con la que haría el truco. La herramienta era una sierra mecánica previamente trucada por el mago para el típico truco de partirle por la mitad. Una vez encendida la sierra se dispuso a cortar. El niño que esta vez era el centro de atención sonrió y dijo "esto va a ser lo nunca visto. No lo olvidaréis".

El niño que quería ser el centro de atención, fue el centro de atención y todo su fiel público corrió traumatizado, cada uno a su casa, y se llevó un pedacito de su desconocido compañero para siempre, el niño que nunca jamás pudieron olvidar.

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